Como si de una revelación divina se tratara, Félix Roca descubrió su verdadera vocación delante de un cuadro de Caravaggio.
El joven artista natural de Barcelona había enfocando su carrera profesional a la ilustración de moda. En su empeño, llegó a llamar a las puertas de reconocidos ilustradores del sector de la ciudad condal para probar suerte. Esos planes sin embargo se torcieron cuando pisó Roma. El propio Félix admite que fue justo ahí, ante una obra del exponente barroco italiano Caravaggio, cuando decidió que la tontería por la que debía luchar no era la de llegar ilustrar para Vogue, sino la de llegar a ser pintor.
Y desde entonces esta ha sido su mayor aspiración. Pintor de oficio o artista, un matiz que Félix deja para la interpretación del público, pero que no le ha frenado para acercarse al óleo, entenderlo, mimarlo y sobretodo convertirlo en su nuevo compañero para una subyugación que ya no entiende de revistas y artículos, sino de mitología y religión. Su proyecto personal desarrolla la representación contemporánea de mitos clásicos y bíblicos, a través de un estilo que auto define como “Barrocokitsch”.
Un proyecto que asegura le llena inmensamente y lo concibe al fin como un camino claro y libre donde desarrollarse. Si le dan a elegir una corriente estética favorita, recoge por igual el romanticismo, el renacimiento y el Rock’n’ Roll, y si le pedimos definir su fuente de inspiración, responde que las historias humanas exageradas, llenas de sentimientos y escenarios que proporcionan los relatos de diferentes religiones. Su método de trabajo, no dejar de pintar, y el lugar soñado para ello, un estudio propio y grande, con calefacción y en el que no falte un buen equipo de música.
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